martes, 8 de mayo de 2018

Juzgar el pasado

Se ha puesto de moda juzgar a los escritores por su vida en lugar de por su obra, e incluso proyectando en el pasado nuestra escala de valores y sometiéndolos a un escrutinio moral del que nada escapa. Francamente, no me veo capaz de expresar con palabras lo ridículo que me parece todo este movimiento.

El concepto de autor como dechado de morales y virtudes es una tontería. Primero porque no existe relación entre la calidad ética y la artística, como se ha demostrado en tantas ocasiones. Segundo porque nos apresuramos a juzgar con brocha gorda situaciones que en su contexto podían tener unas implicaciones muy diferentes. Y tercero y para mí más importante, porque son precisamente esas regiones oscuras de la personalidad lo que dan a sus creaciones su valor impactante y duradero. Como decía André Gide, con buenos sentimientos no se hace buena literatura.

He escogido a tres autores del siglo XIX (una de mis etapas literarias favoritas) cuya obra admiro y que serían severamente criticados por esta sociedad que estamos degenerando entre todos. Aún más, observaréis que en su época se les culpó de ciertas actividades pero que en la actualidad serían censurados por otras bien distintas, que entonces no chocaban especialmente. Si eso no deja claro lo absurdo de este revisionismo moral, no sé qué más puede hacerlo.

Edgar Allan Poe (1809-1849)

Poe, padre del terror moderno (curiosamente valorado en su época como poeta antes que como escritor, cuando ahora se le recuerda sobre todo por sus relatos cortos) fue duramente criticado y perdió diversas oportunidades lucrativas a lo largo de su vida laboral por su alcoholismo, que seguramente también tuvo parte en su muerte en circunstancias nunca por completo esclarecidas.

Sin embargo, a ojos modernos resulta mucho más censurable por haberse casado a los veintisiete años con su prima hermana Virginia Eliza Clemm, que a la sazón contaba sólo con trece años (la licencia de matrimonio recogía falsamente que tenía veintiuno), a la que llevaba varios años cortejando. Hoy día esto no sería sólo ilegal, sino que hubiese bastado para condenarlo al más absoluto ostracismo cultural.

Se ha debatido mucho sobre cuál fue el carácter real de este matrimonio entre primos, pues con él Poe se comprometía a mantener a la madre y el hermano de su joven esposa, que atravesaban dificultades económicas, y si se llegó a consumar carnalmente y en ese caso cuándo (seguramente dos o tres años después de la boda). Eso sí, todos los testimonios coinciden en que ambos se adoraban mutuamente, si bien el carácter infantil y emocionalmente dependiente de Virginia tampoco admite mucha discusión.

Virginia murió muy joven, sin haber llegado a cumplir los veinticinco, de tuberculosis. Su enfermedad y temprano fallecimiento tuvieron un gran impacto sobre Poe, que nunca se recuperó del todo de la pérdida (y que recayó en el alcohol y las malas compañías). Se cree que muchas de sus narraciones sobre una hermosa mujer que muere joven y en las que su amado se obsesiona con su recuerdo (Eleonora, Ligeia, el poema Annabel Lee…), tan características dentro de su obra, están inspirados en la figura de Virginia.

Lewis Carroll (1832-1898)

Bajo ese pseudónimo nos encontramos al reverendo Charles Lutwidge Dodgson, todo un personaje. Escritor, matemático, diácono, pionero de la fotografía… y con casi toda seguridad pedófilo. Su obra más famosa, Alicia en el País de las Maravillas, surgió inicialmente como un cuento inventado durante una excursión para entretener a la pequeña Alice Liddell, que tenía en ese momento 10 años y con la que se sentía muy unido.

¿Pero unido hasta qué punto? Se ha especulado mucho sobre la brusca ruptura de Dodgson con la familia Liddell poco después de aquello, quizá porque empezaba a cortejar a la muchacha o tal vez por otros motivos relativamente menos escandalosos. De lo que no queda mucha duda es de la afición de Dodgson por fotografiar a niñas prácticamente desnudas o escasamente cubiertas (las propias hermanas Liddell entre ellas), aunque él mismo destruyó posteriormente buena parte de su colección por motivos no del todo aclarados. También es verdad que no se le conoce ninguna relación con sus modelos que pasara de platónica, y que décadas después todas guardaban un afectuoso recuerdo de él.

Lo verdaderamente irónico de todo esto es la inversión de valores que ha experimentado la sociedad. Si Carroll pudo seguir adelante con sus aficiones sin demasiados obstáculos fue porque en la época victoriana la figura desnuda de un infante era considerada como algo puro, inocente, y desde luego mucho menos censurable que la de un adulto, cosa que sí le habría acarreado serias acusaciones de inmoralidad (o tempora, o mores!).

Esta contextualización histórica no ha impedido que surjan voces críticas con la obra de Carroll. El novelista Will Self declaró hace un par de años, en un documental de la BBC sobre el tema: «It’s a problem, isn’t it, when somebody writes a great book but they’re not a great person». Y yo siempre pienso ¿y qué tendrá que ver?

Oscar Wilde (1854-1900)

De todos es conocida la caída en desgracia de Oscar Wilde, uno de los mejores y más elegantes dramaturgos y escritores en lengua inglesa, por culpa de su homosexualidad. Cómo un absurdo enfrentamiento en los tribunales acabó con su condena a la cárcel por sodomía e indecencia, donde su salud sufrió un quebranto del que ya no se recuperó, lo mismo que su economía, de forma que falleció pobre y casi olvidado en París tres años después.

Lo que resulta sorprendente es que su orientación sexual ahora no tendría demasiada importancia (iba a poner que ninguna, pero no creo que hayamos llegado todavía ahí), y sin embargo ciertos aspectos que fueron soslayados en su momento ahora supondrían una condena unánime. Lo que cambian las cosas.

En el juicio de 1895, se suavizaron o pasaron por alto varios testimonios bastante gráficos que daban cuenta de cómo Wilde y algunos amigos, principalmente Alfred Douglas, pagaban con dinero o regalos a muchachos adolescentes de clase baja para mantener relaciones sexuales con ellos. Y esto fue así principalmente porque en ese momento no había edad de consentimiento para las relaciones homosexuales; estaban prohibidas y punto, y por tanto la edad de los participantes era irrelevante para el tribunal. Pero hoy día las declaraciones de los implicados y de las doncellas de hotel que debían limpiar luego las habitaciones hubiesen sido demoledoras. Mucho me temo que el autor de una novela tan ambigua como El retrato de Dorian Grey no habría sufrido en la actualidad un destino muy diferente.

2 comentarios:

Khul Mani dijo...

El problema es que se olvida a menudo las otras escalas de valores que si existían en el pasado y no forman parte del relato histórico dominante. Por ejemplo, se puede decir que el racismo y la misogibia de Lovecraft era normales en su época, pero se hace a consta de ignorar a millones de personas que, ya entonces, no pensaban así, y a sendos movimientos por la igualdad de derechos que ya entonces tenían al menos un siglo de historia. Con las relaciones con menores, sobre todo si esos menores se encuentran en situaciones de dependencia y, sobre todo, si son infantiles o inmaduros de forma que les marcan traumáticamente, me niego a creer que en cualquier sociedad humana no haya habido al menos voces discordantes sobre la inquinidad de someterlos a relaciones sexuales o emocionales propias de adultos. Y eso sigue siendo independiente de la admiración como autores : yo admiro la obra de Lewis, por ejemplo, igual que la de Chaplin, pero me niego a creer que sus acciones fueran más aceptables por el hecho de vivir en un tiempo pasado o pertenecer a un grupo protegido por el privilegio (actores famosos, clérigos).

Entropía dijo...

Yo no digo que sean normales o aceptables, sino que no tiene sentido juzgarles ahora. Pongamos que les juzgas y les hallas culpables, ¿qué haces? ¿Censuras sus obras, que son magistrales? Espero que no. Y si no haces nada, ¿de qué ha servido juzgarles? Se mire como se mire, es un sinsentido.

Saludos,
Entro