jueves, 6 de octubre de 2016

Cursiva enfática, cuanto menos mejor

Con cursiva enfática, por si hiciera falta recordarlo, nos referimos al uso de letra cursiva para recalcar alguna palabra dentro de la frase, aun cuando mantenga su significado habitual. Por ejemplo: «No ha sido siempre el hombre señor de la tierra… Pero ¿lo es ahora?» (Robert E. Howard, La piedra negra).

Por cierto, a la cursiva también se la conoce como bastardilla, y la letra «normal» se llama redonda. Que lo sepáis.

Bien, aunque pueda parecer lo contrario el uso de la cursiva no está regulado en piedra, ya que no forma parte de la ortografía sino de las normas de estilo (y lo mismo se puede decir de las comillas), y lo que se le pide a un texto ante todo es coherencia a la hora de usar una y otras. La RAE recomienda la cursiva para indicar palabras en otro idioma, vulgarismos y en general palabras usadas como metalenguaje (incluyendo títulos de obras), pero sí que suele admitir, así como quien no quiere la cosa, el uso de la cursiva para dar énfasis a una palabra o parte de la misma, sin más aclaraciones. Por otra parte, si pilláis manuales de estilo os dirán por lo general que la cursiva enfática es anatema, que ni se os ocurra usarla. ¡Vade retro!

Yo no soy tan categórico, porque la cursiva enfática cumple una función a la hora de transmitir información al lector, como cualquier otro signo, y por tanto debemos considerarla, pero sí que recomiendo encarecidamente usarla lo menos posible, reservándola sólo para casos de verdadera necesidad. Primero, porque es un recurso que pretende transmitir fuerza, y de mucho usarse pierde su efecto durante la lectura, y segundo porque casi siempre queda mal y se tiende a abusar de ella sin criterio.

No es algo que deba extrañarnos. La cursiva enfática es muy usada en la literatura anglosajona, y dentro de ella aún más en los relatos y novelas de terror, para intentar conseguir un efecto impactante durante la narración. Y como vivimos en una sociedad enormemente influida por esa cultura, donde muchos de los libros que leemos son traducciones del inglés, se nos está contagiando el vicio.

Por eso os pido, amigos traductores, que por favor no caigáis en el error de dejar la cursiva enfática tal cual estaba en el original. No queda bien, muchas veces es innecesaria y molesta la lectura, y lo que es peor, inducís a jóvenes e impresionables escritores a seguir tan nefanda costumbre. Si entendemos que no se traduce palabra a palabra, ¿por qué se iba a trasladar el tipo de letra tal cual? Así como el castellano usa menos el gerundio que el inglés, lo mismo usa menos la cursiva enfática, y muchas veces quitándola se capta perfectamente el sentido de la frase (o, si hace falta, se añade algún apoyo para alcanzar ese mismo énfasis con naturalidad).

Veamos algunas muestras de cursiva enfática tomadas de El otro modelo de Pickman, de Caitlín R. Kiernan. En el libro aparecen todas en menos de una página de distancia (sin duda excesivo):

—¿A quién? ¿Cómo conocí a quién? (…)
—¿Importa mucho? Eso ocurrió hace mucho tiempo, Hace muchos, muchos años. Él está muerto. (…)
—El hombre está muerto —dijo con voz inexpresiva—. Y si por alguna casualidad no lo está, bueno (…)
—Y usted es un tipo obstinado.

Mínimo minomorum, sobran ahí la segunda y la cuarta cursivas. ¿Qué importancia tienen «años» y «es» que no se capte ya con las palabras en redonda? Y la tercera queda poco natural al leerla en castellano (probad a hacerlo en voz alta, enfatizando sólo el «no», ¿a que suena raro? Otra que yo quitaría, sólo la primera tiene un pase.

Repito que eso no significa que no uséis nunca este recurso, sino sólo cuando tiene sentido y ayuda a la narración. La cursiva enfática, con mesura y criterio, puede ser muy útil en momentos puntuales de la narración, de lo contrario acaba pareciendo un truco barato para compensar una prosa deficiente.

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