lunes, 9 de septiembre de 2013

Literatura de género y exigencia

Surge últimamente un conflicto en lo que se ha venido a llamar ficción de "género", tanto en la literatura como en el cine como, en menor grado, en el cómic (quizá porque, para la mayoría de la gente, sólo hay un tipo de cómic). Este conflicto, en el que seguro que se han implicado alguna vez mis amados y escasos lectores, es el que existe entre quienes le piden a la obra en cuestión que satisfaga ciertas aspiraciones culturales y los que consideran, por el contrario, que "con que entretenga ya vale".

No creo necesario indicar en qué bando me sitúo, asumiendo en cualquier caso que no se trata de una frontera impermeable y que cada uno le exige más o menos a una película o una novela en función de sus circunstancias personales, y que lo mismo que me puede valer un cómic ligero bien dibujado, a una película le pido mucho más. No obstante, lo que más me sorprende de este debate es lo retrógrado que parece. ¿No habíamos quedado ya en que la ciencia-ficción, la fantasía, el terror y demás podían crear obras tan profundas y perdurables como cualquier otro género? ¿Por qué ahora los propios aficionados, los que más capacitados están para exigir un nivel digno, bajan la altura del listón?

Por limitarnos a la palabra escrita, la literatura "popular" ha tardado siglos en alcanzar cierto reconocimiento, aún muy lejano al que disfruta la considerada "seria". Durante mucho tiempo se sostuvo que esta literatura era meramente escapista y no podía reflejar las auténticas inquietudes de la psique humana, y sólo muy lentamente los críticos han ido dando su brazo a torcer. Es tirar piedras contra nuestro propio tejado dejar de exigir calidad a los libros que nos gustan, y conformarnos con que sirvan para pasar el rato. ¿Tiene algo de malo leer por distraerse? No, salvo que de tanto hacerlo el mercado se enrarece y ya no queda sitio para la exigencia. No necesito referirme a ejemplos del mundo real para afirmar que, cuando no hay competencia por mejorar el nivel, la mediocridad de extiende como la lepra. En efecto, el lector, como el votante, tiene la responsabilidad de exigir el máximo.

Si bien el concepto de calidad literaria posee un componente subjetivo nada desdeñable, está claro cuándo una novela trata de ofrecer algo nuevo (con mayor o menor fortuna) y cuándo se limita a la repetición de clichés ya agotados, que sólo buscan agradar a un lector acostumbrado a esos lugares comunes que le resultan tranquilamente placenteros, en una suerte de estéril masturbación mental. Sucede en los pastiches sobrecargados que tratan de emular un estilo anticuado bajo la justificación de una mal entendida nostalgia (créanme, el 90% de lo que se publicaba en los pulp sólo valía para eso, para hacer pulpa), en las innumerables sagas donde el protagonista lo conseguirá todo porque él lo vale (ya hablemos de elegidos por la profecía o vampiros sin otra maldición que el mal gusto al vestir), confiando en la identificación de un público joven acostumbrado a la ley del mínimo esfuerzo, y también lo vemos en la exaltación de la violencia y la casquería, buscando una reacción del estómago antes que el cerebro (sí, infinitos libros de zombis, pienso en vosotros).

¿Qué comparten todos estos ejemplos? El desprecio por la inteligencia del lector y la debilidad de sus tramas. Personajes planos, planteamientos superficiales, mensaje banal. Son historias que no aguantan un mínimo análisis, porque no están pensadas para hacerlo. Se trata de una subcultura hecha para consumirse tan rápido como es olvidada, dejando espacio para la siguiente hornada en una espiral consumista densamente liviana. Como ocurre con tantas otras cosas. ¿Acaso es culpable el autor por seguir la corriente del tiempo que le ha tocado vivir, por dejarse ir y tratar de pasar un buen rato, sin esforzarse en crear una obra perdurable? La respuesta depende de cada uno. Para mí, tratar de elevar el nivel literario, en la modesta medida de nuestras posibilidades, es un deber que contrajimos al leer a los maestros que nos precedieron.

2 comentarios:

bodacius dijo...

Al final, uno termina teniendo mucho más que ver con aquellos con los que está en la misma "capa" de exigencia literaria que con los aficionados a su determinado "género" literario preferido. Esto último, que puede parecer un grupo homogéneo, para nada lo es.

Yo reconozco que, con la edad, me he ido volviendo más intransigente con la forma de escribir: ya no si la historia no tiene profundidad, sino si no está escrita con cierta calidad, aparto el libro y busco otro.

Entropía dijo...

Es posible. Lo que sí he notado es que leer mucha literatura de género (terror sobrenatural, básicamente) acaba afectándome negativamente. Hay que salir y leer clásicos de cualquier otro género.

Saludos,
Entro