lunes, 1 de abril de 2013

La casa por el tejado

Demos comienzo a nuestra hermosa serie "consejos vendo que para mí no tengo", donde peroraré sobre aquello que todo el mundo sabe ya pero yo acabo de descubrir como si fuera la repanocha.

Pues bien, de pequeños nos decían "no se empieza la casa por el tejado" para que fuéramos por orden, pero me temo que a la hora de escribir eso es precisamente lo que hay que hacer. Me he dado cuenta de que el tejado (el final o al menos el clímax de la narración) es la parte más importante de un relato y hemos de tenerlo muy claro antes de comenzar a escribir. Es engañosa esa impresión que a menudo le asalta a uno y que viene a decir "vamos, los personajes molan y la ambientación es muy prometedora, empieza a escribir y seguro que se te ocurre un buen final". Mentira (por lo menos para mí). Si hacemos eso, lo más habitual es que la trama vaya desinflándose a partir de un comienzo falsamente prometedor y acabemos en un callejón sin salida, alargando innecesariamente la narración para no llegar a ningún sitio. Frustrante y muy costoso para quienes vamos escasos de tiempo.

No sólo eso, sino que tener el final ya planteado nos ayudará mucho a dirigir la narración en ese sentido. Las dudas que nos puedan surgir sobre el comportamiento de los personajes o sobre cuál debe ser el curso de los acontecimientos se resolverán con mayor facilidad si sabemos hacia dónde queremos avanzar. Pensad que esto es como abrir un túnel en la montaña. Si no sabemos muy bien la dirección en que debemos cavar, podemos asomar al otro lado a decenas de metros de donde queríamos llegar. Y hacer una curva cerrada en la ladera para que encajen ambos tramos, como que no es solución.

Dicho esto, añadiría que no basta con tener el final en la cabeza. Ahí todo se ve muy bonito, pero luego hay que ponerlo en negro sobre blanco, y bien puede ocurrir que las piezas que encajaban perfectamente en nuestra imaginación hagan aguas por doquier al intentar plasmarlas en palabras, o que los diálogos que debían ilustrar perfectamente el dilema en juego nos queden tan confusos que ni nosotros comprendamos cuál era nuestra intención inicial. Por tanto, conviene que lo primero que escribamos sea el final (y los otros puntos críticos de nuestra narración) y, si aún nos convence, sigamos adelante con las secciones menos delicadas (y seguramente más agradecidas) de nuestra trama.

Pues hala, ahí queda: hay que empezar la casa por el tejado.

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